miércoles, 16 de julio de 2014

En la entrega del Premio Manuel Lekuona a Jorge Oteiza


Ausente por indisposición física, Jorge Oteiza me ha pedido que en su nombre les participe de este texto que a continuación leo:


“Querido arquitecto, querido amigo
es para pedirte si podías justificar mi ausencia en
los actos PREMIO MANUEL LEKUONA con estas líneas que
trato de escribir aquí
escribe OTEIZA
quiero agradecer
decir algo no puedo
me siento muy mal
muy mal el corazón
me hacen daño los premios
soy de concursos
que los gano y luego me los quitan
quisiera las cabezas responsables de nuestro poder cultural
anulado con el primer Lehendakari obediente a la política
reaccionaria con el PNV
quisiera alguna de esas cabezas
disecadas en paredes del Parlamento para
homenaje aprendizaje y recuerdo
de la ejemplar democracia dura de PERICLES
ya un escrito sobre DON MANUEL LEKUONA me fue censurado
por su sobrino Juan Mari
dudo que ni su propio sobrino
ni nadie que admire y quiera
a don Manuel Lekuona
quiera y conozca
admire y quiera mas que yo a este
maestro y conductor de todo el que
con amor y responsabilidad linguística
se acerca al mundo sagrado de nuestra
lengua
excepcionalmente pues
con humildad con amor con inmenso agradecimiento
a quien a escrito amigo mío
a quien ha pronunciado unas palabras amigo mío
a quienes han asistido con buena voluntad
amigos míos o enemigos”
biotzez
Zarautzan 96-5-4

Hace tres años, a propósito de la concesión del Premio Príncipe de Asturias de las Artes, pronuncié en el acto de apertura de curso de la Universidad Politécnica de Madrid unas palabras, que quiero traer aquí. Palabras duras que se resumen en este concepto: la Universidad, toda Universidad, por el hecho de serlo, es demasiado “alfabeta”; padece de alfabetismo; lo que no se traduce en palabras, no tiene entrada en la Universidad: música, escultura, pintura no tienen entrada en la Universidad. Y por supuesto la arquitectura. Hay que convertir estas disciplinas en palabras, para que la realidad creada pueda tener acogida en el recinto universitario.
Ya sé que nada más cercano al pensamiento que la palabra, pero realmente lo que nos duele como artistas, es que nuestras obras no entran en la Universidad, sino convertidas en “palabras”. Sin la crítica de un crítico, un cuadro, por ejemplo, no tiene sentido en la Universidad. Tampoco la música, menos, la arquitectura, hasta que no se traduce al lenguaje de la palabra...
Este primer pensamiento lo expreso en relación con la actitud de Oteiza como artista, que ingresa en la nómina de los galardonados con el premio Manuel Lekuona, de lo cual me felicito y le felicito. Aunque se da la circunstancia de que Oteiza no sé si es mejor escultor que poeta o mejor poeta que linguista. Me felicito que Oteiza, en lo que tiene de artista, sea reconocido por una empresa del pensamiento, como la Sociedad de Estudios Vascos, en tanto que artista.
A este propósito les recuerdo la conversación cruzada entre Jung y Freud, en la que el primero dice al segundo:
“He expresado que pensamiento lógico es el pensamiento expresado en palabras que se dirige al exterior como un discurso; el pensamiento analógico o fantástico y sensible, imaginado o mudo, no es un discurso sino una meditación sobre materiales del pasado, un acto volcado hacia dentro. El pensamiento lógico es pensar con palabras, el pensamiento analógico es arcaico: no expresado y prácticamente inexpresable con palabras.”
(Correspondencia entre Jung y Freud).
Abrir las puertas de la Universidad al discurso de lo inexpresado, lo indecible, puede ser el propósito que yo encuentro en la concesión del Premio Manuel Lekuona a un artista como Oteiza.
Francisco Javier Saenz de Oiza
Francisco Javier Saenz de Oiza.
La búsqueda de la claridad en la expresión es, en otras palabras, el camino del discurso analógico que refiriera Jung. Éste mismo propósito queda patente en la memorable partida de ajedrez que entablan Kublai Kahn y Marco Polo, y que refiere con tanto interés Italo Calvino en “Las ciudades invisibles” o también en “seis propuestas para el próximo milenio” cuando refiere:
“El Gran Kahn trataba de ensimismarse en el juego, pero ahora era el porqué del juego lo que se le escapaba. El fin de cada partida es una victoria o una pérdida, ¿pero de qué? ¿Cúal era la verdadera apuesta? En el jaque mate, bajo el pie del rey destituido por la mano del vencedor, queda un cuadrado negro o blanco; a fuerza de desmembrar sus conquistas para reducirlos a la esencia, Kublai había llegado a la operación extrema: la conquista definitiva, de la cual las múltiples formas o tesoros del imperio no eran sino apariencias ilusorias, se reducen a una tesela de madera cepillada.
Entonces Marco Polo habló:
- Tu tablero, Sire, es una taracea de dos maderas: ébano y arce, la tesela sobre la cual se refleja tu mirada luminosa fue tallada en un estrato del tronco que creció en un río en un año de sequía. ¿Ves como se disponen las fibras? Aquí protubera un nudo apenas insinuado, una yema trató de despuntar un día de primavera precoz, pero la helada de la noche la obligó a desistir.
El Gran Kahn no se había dado cuenta hasta entonces de que el extranjero supiese expresar con tanta fluidez en su lenguaje. Pero no era esto lo que le preocupaba.
- Aquí hay un poro más grande, tal vez un nido de una larva, no de carcoma sino de un brugo que royó las hojas y fue la causa de que se eligiera este árbol para talarlo. Este borde lo talló un ebanista con la gubía para que se adhiriera al cuadro vecino más saliente. Y termina Calvino: La cantidad de cosas que se podían leer en el pedazo de madera liso y vacío, abismaba a Kublai. Ya Marco Polo le estaba hablando de los bosques de ébano, de las balsas de troncos que descienden de los ríos, de los atracaderos, de las mujeres en las ventanas.”
Hablar de Oteiza en este acto de entrega al artista del Premio Manuel Lekuona, después de las hermosas palabras pronunciadas aquí, en la Universidad de Oñati, como homenaje merecido, no creo que tenga pues ningún sentido. Yo he traido estas dos citas de Jung y Calvino para hacer ver la importancia que concedo al discurso, sin palabras, de las formas del arte, de la creación artística, sea esta bajo la forma de la escultura, música o arquitectura. De hacer alguna referencia más concreta al artista, me limitaría a hablar de la fundación del espacio vacío, de las cajas metafísicas de Oteiza, que hablan de su prioridad en el terreno de la plástica contemporánea, donde el pesado cilindro de la estatuaria, perforado por Moore, se transforma en espacio abierto, hoja de hiperboloide que llena todo el espacio circundante que envuelve sus formas, liberándolas de toda fuerza gravitacional, y cargándolas, contrariamente, de una nueva forma de energía, desprovista de la anterior pesantez. Diluir la compacidad del mundo como el propio Calvino expresa cunda dice:
“Tras cuarenta años de escribir ficción, tras haber explorado los distintos caminos y hecho
experiencias diversas, ha llegado el momento de buscar una definición general para mi trabajo. Propongo esta: mi operación ha consistido las más de las veces en sustraer peso; he tratado de quitar peso a las figuras humanas, a los cuerpos celestes, a las ciudades, he tratado sobre todo de quitar peso a la estructura del lenguaje y del relato”.
Pensemos en la obra de Jorge Oteiza. Cualquiera sea ésta, el Monumento al Prisionero Político o el fabuloso Odiseo. En ellas Oteiza, ha roto la pesantez de los poliedros académicos, liberándolos de su masa y cargándolos de una nueva energía. Termino este homenaje con las propias palabras del artista, cuando, a raíz de la prohibición de la estatuaria de Aranzazu, en “Androcanto y sigo”, refiere:
“Querido Dios mío: Quiero dejarte esta pequeña piedra, esta pequeña piedra que no había entre todo lo que tu creaste. Ahora esta pequeña piedra rompe tu soledad, lo único que la rompe, como un gran vidrio en el que dibujaste todos los planetas y todas las especies de chucherías que creaste en el Universo y que fueron incapaces jamás de decirte una sola palabra. Que sigan caminando todas las constelaciones y los minerales aparentemente más obstinados como hombres, y las hierbas más difíciles que lo harán como cuando tú las dejaste de tu mano. ¿A tí que te importa ya eso? ¿Qué interés tiene para tí todo ese conocido y ciego desarrollo? Pero he aquí que yo desde esta pequeña piedra te entiendo, te descubro y te reconozco y te agrego y te acompaño. Ahora si que estás contento. Desde esta pequeña piedra yo también, Dios mío, soy feliz y estoy llorando de alegría verdadera. Pensando en ti hago esta pequeña piedra. ¿Dónde está el río ahora, ese desesperado río que me empujaba hacia la muerte porque me podía descuparme de ti? Ahora que venga ese río, que mueva esta pequeña piedra, y no podrá”.