miércoles, 18 de marzo de 2015

El Museo Oteiza presenta la exposición Ixil Ar Alzuza, un proyecto fotográfico de Jon Cazenave y Alejandro Marote




Este proyecto muestra un conjunto de imágenes y audiovisuales que proponen un "espacio de relación e interacción con la obra de Oteiza y con los espacios del Museo", en el que cada autor, desde su propia aproximación, ahonda en cuestiones vinculadas a la formalización del espacio y del silencio, la representación de la naturaleza como imaginario esencial o el trabajo sobre la estructura de la obra de arte en relación con su potencial simbólico, ha informado el Museo en una nota.
El proyecto, que se mostrará en el Museo Oteiza entre el 19 de marzo y el 24 de mayo, está comisariado por Gonzalo Golpe y concebido como un "proyecto río", que se transforma con cada propuesta expositiva, adaptándose al lugar que acoge la muestra con la generación de obra nueva, así como al devenir vital de los autores. La exposición se completa con una publicación homónima editada para este proyecto.
La exposición cuenta con la colaboración del Ayuntamiento de Egüés y de la Fundación Arantzazu Gaur y, como señala su comisario, "en un mundo regido por la imagen, por una cultura de lo visual, donde la inmediatez en la producción y el consumo han convertido a la fotografía en un producto, esta propuesta expositiva manifiesta la necesidad de recuperar el uso lento de la mirada, la contemplación, la posibilidad de detenerse en una imagen para quedarse en ella".
La primera materialización expositiva del proyecto se mostró a finales de 2013 en el Espacio Gandiaga de Arantzazu con el título Ixil Ar Arantzazu. Su título toma como punto de partida el operador etimológico oteiciano y hace referencia al espacio construido para el silencio y, en sentido complementario, a la capacidad del silencio para delimitar el espacio.

martes, 3 de marzo de 2015

El centauro metafísico




A diez años de su muerte, el 9 de abril de 2003, a los 94 de edad, pues nació el 21 de octubre de 1908, y justo a medio siglo de haberse publicado Quosque tándem…! Ensayo de interpretación estética del alma vasca, que vio la luz en 1963, la figura del escultor vasco Jorge Oteiza nos sigue interpelando como si su capacidad de invocar y provocar no tuviera límite. Antes, cuando vivía, él mismo se encargaba de sacudir nuestra modorra con sus virulentas y geniales intervenciones públicas, pero, tras su muerte, es su obra la que nos sigue sobresaltando y haciéndonos pensar. Afirmar que Oteiza es uno de los mejores escultores del siglo XX de nuestro país es algo consabido, aunque no banal, porque en este rasero se confronta con formidables figuras, como Picasso, Gargallo, Julio González, Alberto Sánchez, Ángel Ferrant y, por supuesto, Eduardo Chillida, por solo citar algunos nombres capitales de referencia.
De todas formas, la importancia de Oteiza como escultor no se puede ceñir a los lares patrios, porque, entre 1955 y 1959, su obra alcanzó una intensidad que le permitió sobrevolar toda la vanguardia internacional. Así le fue reconocido en su momento con el correspondiente triunfo de la Bienal de São Paulo, pero también así lo ha seguido siendo, tras su muerte, por algunos de los mejores escultores actuales, como, en primerísimo lugar, el estadounidense Richard Serra, pero también el británico Richard Deacon o el brasileño Waltercio Caldas, por citar solo quienes en fechas recientes y por escrito han dejado un testimonio palmario de su admiración por la obra del gran artista vasco.
El contenido de esta ingente producción escrita es de una variedad asombrosa, que demuestra la inquietud y erudición formidables de su autor. Porque Oteiza fue docto en casi todo: arte, arquitectura, estética, filosofía, teología, antropología, filología, música, historia, pedagogía, etcétera. Estaba al tanto de casi todo y basta con echar un vistazo a su notable biblioteca —hoy conservada, ordenada y estudiada en su maravilloso museo, diseñado por su íntimo amigo Sáenz de Oiza— para comprobar que Oteiza leía de primera mano y con prontitud todo lo que se publicaba de interesante en España y en el extranjero.Jorge Oteiza fue, sin duda, un gran escultor, entre el constructivismo y el minimalismo, pero su capacidad creadora trascendía cualquier lenguaje específico. Como es sabido, a finales de la década de los cincuenta, abandonó la escultura, entrando en este sentido en un silencio creador muy característico del arte de nuestra época, pero ello no significó, ni mucho menos, un desaparecer, porque justo en ese momento Oteiza entró en un trance frenético de actividad y activismo; esto es, entregándose a la creación de una obra literaria y ensayística, cuya edición crítica, emprendida por la Fundación-Museo Jorge Oteiza de Alzuza (Navarra), suma hasta el momento presente casi una decena de volúmenes. Además, junto a ella, también hay que reseñar una militancia constante, básicamente dedicada a lograr no solo la reanimación espiritual y estética del pueblo vasco, sino también beligerante en cualquier otro frente.
Hay, pues, muchos oteizas, no solo por la diversidad de asuntos abordados sino por la riquísima experiencia vital acumulada en su dilatada existencia. No hay que olvidar que Oteiza formó parte muy relevante de la interesante vanguardia artística donostiarra de antes de la Guerra Civil y que vivió casi tres lustros en América, donde no solo recorrió de arriba abajo casi todo el continente latinoamericano, sino que fue muy permeable a sus apasionantes caladeros artísticos entre 1930 y 1950.
Esa extraordinaria personalidad abierta a tan diferentes inquietudes le hace merecedor del calificativo de centauro metafísico, que él aplicó al pueblo vasco, “para mostrar la doble naturaleza, estética y religiosa, de nuestra alma tradicional, tomada así en nuestra prehistoria”, porque, en definitiva, como los antiguos grandes maestros de la vanguardia, él hizo suya la idea de la auténtica innovación, que es la de avanzar retrocediendo.