martes, 21 de mayo de 2019

Los 14 apóstoles de Oteiza cumplen 50 años


En faena. Jorge Oteiza en junio de 1969 trabajando en el icónico friso de piedra Negro Markina, que es una de sus obras maestras. /  PLAZAOLA
En faena. Jorge Oteiza en junio de 1969 trabajando en el icónico friso de piedra Negro Markina, que es una de sus obras maestras. / PLAZAOLA

La colocación del icónico friso en la basílica de Arantzazu en 1969 culminó un largo y tortuoso proyecto | Durante catorce años las esculturas estuvieron «durmiendo el sueño geológico» en la cuneta de la carretera por el veto eclesiástico a la vanguardista obra


Hace 50 años Jorge Oteiza culminaba en Arantzazu la que quizá fue su obra maestra: sus catorce apóstoles, un tortuoso proyecto iniciado en 1950 y que tardó diecinueve años en finalizar por la prohibición eclesiástica. El conjunto escultórico estuvo catorce años «durmiendo el sueño geológico» en la cuneta de la carretera a Arantzazu. Ingeniosa metáfora realizada por el propio Oteiza para explicar el veto, y la larga penitencia que la ya inmortal obra sufrió por parte de la comisión diocesana de Arte Sacro, uno de los órganos más poderosos e influyentes de la iglesia.
El vanguardista friso no figuraba en la fachada de la basílica el 30 de agosto de 1955, fecha en la que el templo fue bendecido y abierto al público, después de no pocas vicisitudes y cinco años después de que fuera colocada la primera piedra. La suspensión definitiva de la obra escultórica fue un duro golpe para Oteiza. Tanto que decidió no volver a Arantzazu y sus apóstoles de piedra Negro Markina quedaron tirados en la cuneta.
Muy pocos contaban con que las esculturas ocuparan algún día su lugar, después de que, una vez levantado el veto por parte de la comisión diocesana en 1966, Oteiza se negara a volver al santuario alegando que su ciclo como escultor había terminado. Pero el 1 de noviembre de 1968 Jorge se puso de nuevo manos a la obra y entre el 12 y el 17 de junio del 1969 los catorce apóstoles fueron colocados en el friso en una operación que despertó mucha expectación. Meses después, el 21 de octubre le llegaba el turno a la Piedad en lo alto de la fachada, completándose así un friso que se ha convertido en unos de los grandes iconos de Arantzazu.
La renovación del Santuario estuvo rodeada de una gran polémica debido a su diseño vanguardista. Por este motivo, parte de su construcción, especialmente la parte más artística, estuvo vetada durante 15 años. Según dictaba su sentencia «...los artistas han sufrido extravío por las corrientes modernistas, que no tiene en cuenta algunos de los preceptos de la Santa Iglesia en materia de Arte Sagrado».
Así, Jorge Oteiza tuvo que esperar hasta hasta 1969, cuando falleció Font i Andreu, obispo de San Sebastián que había promovido la prohibición de la obra, para colocar su magnífico grupo de 14 apóstoles y ver culminada una de sus grandes obras. Sin embargo, Oteiza cambió de idea y dio un giro radical a su diseño inicial, que incluía más ornamentaciones en toda la fachada. El veto de la iglesia hizo mella en el ánimo del escultor y al final sintió que su nueva fachada (la actual) reflejaba mejor su sentir como escultor, y que el diseño estaría más acorde a las nuevas tendencias escultóricas. El diseño era más minimalista, con más vacío que ponía el protagonismo en la escultura central.

Genio y figura, dejó huella

La figura de Jorge Oteiza, que vivió en Arantzazu mientras trabajaba en sus apóstoles, dejó una profunda huella entre los franciscanos y los vecinos de la zona. Todos recuerdan algunos de los arrebatos protagonizados por el oriotarra. Como cuando un grupo de seminaristas se plantó ante la fachada de la Basílica cuando el escultor trabajaba en sus apóstoles y le preguntaron a ver si iba a dejar la fachada sin nada. «¿Cómo que sin nada?, se va a quedar con nada, no sin nada», fue su vehemente respuesta.
No hay visitante del santuario que no exprese su curiosidad por conocer las razones que llevaron a Oteiza a colocar en el friso 14 apóstoles en vez de los doce convencionales. La respuesta invariable del escultor a esa cuestión solía ser «porque no me caben más...».
Otra de sus salidas más celebradas se produjo cuando sus esculturas permanecían depositadas en el arcén de la carretera de Arantzazu debido a la suspensión de los trabajos dictada por las autoridades eclesiásticas. Le preguntaron a ver dónde estaban sus figuras y respondió: «Los apóstoles están durmiendo el sueño geológico». 
La bibliografía sobre la obra habla de la amplitud del frontis y el carácter simbólico de las mismas. «Apóstoles debemos ser todos, no sólo 12; 14 remeros tienen una trainera y la Iglesia es una nave; en el centro dos de las figuras se abrazan, dando solución cristiana a la angustia que circula en el conjunto».
Según explicó Oteiza en un informe técnico, habría «un solo retrato teológico del apóstol en 14 piedras, en 14 posiciones complementarias, que se unen sólidamente entre sí y con las dos torres, expresándose, emergiendo del mundo y de la carne, guiados por una imagen en lo alto del tablero mural, de la Asunción de la Santísima Virgen».
También aseguraba que el conjunto escultórico estaba concebido «como una lucha antagónica de peso, lo que pesa hacia abajo y lo que pesa hacia arriba, que se resuelve a favor del espíritu». Polémico y controvertido, firme defensor de sus creencias, siempre provocador, Jorge dejó huella. 
Lo cierto es que su personalidad y la polémica originada por la prohibición de los apóstoles eclipsaron al plantel de artistas que colaboraron en la construcción de la Basílica de Arantzazu, pero con el tiempo todos y cada uno de ellos alcanzaron la gloria artística.
El santuario constituye hoy en día un testimonio único de la labor desarrollada por grandes artistas del siglo XX. Algunos de ellos, personajes anónimos y desconocidos en los años 50, se convirtieron con los años en figuras de relieve internacional que acapararon los más prestigiosos premios y distinciones. Todos son ya los apóstoles artísticos de Arantzazu.


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